Una relación de terapeuta-paciente ha llegado a ser más enfermiza que el trastorno que se debe curar, todo se tapona y no deja fluir a la terapia por conductos adecuados, se comienza a percibir un olor desagradable, hará falta que alguien intervenga para solucionar el problema ¿de quién?, ¿de quien pidió ayuda profesional o de quien pretende prestársela? Maximiliano de la Puente como autor utiliza hábilmente las metáforas para mostrar los juegos del trastrueque dominado-dominador con diálogos llenos de tirantez. Como director, junto a Carolina Zaccagnini buscó brindar un marco escénico singular en el que el espectador puede llegar a sentirse algo así como un voyeur psicoanalítico al estar casi integrado a la acción, porque ¿quién no sintió más de una vez gran curiosidad por saber lo que se hablaba tras las puertas cerradas de un consultorio? La puesta cuenta con un buen ritmo en el cual se logró algo muy difícil teatralmente, que las pausas duren el tiempo preciso. Gonzalo Kunca hace que el espectador perciba los altibajos del estado de ánimo de su personaje, mientras que Maximiliano de la Puente, en su faceta actoral, elude los riesgos de desborde que con su personaje, el más simpático, pudiera haber caído y se apoya más que nada en lo gestual. Carolina Zaccagnini, en el rol de la terapeuta utiliza los tonos precisos en todos sus parlamentos.
jueves, 15 de noviembre de 2007
Boletín NivelArte en el Teatro, Carlos Herrera
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